En un lejano paraje del oriente medio, hace poco más de 2020 años se dio una de las paradojas mas llamativas de la historia, y porque no decirlo, incluida también de la historia de las finanzas; en esa oportunidad, un niño recién nacido – cuyo ambiente y contexto parecía representar de forma precisa la pobreza y precariedad de la época – recibía 3 obsequios en su llegada al mundo, proveniente de quienes – según cuenta la biblia – eran unos sabios orientales que fueron guiados hacia su encuentro.

Siglos después, diversos estudios empezaron a predicar que, en la actualidad, miles de personas se habrían sumado al consumismo y la prodigalidad extremas, épocas como la navidad o la víspera de año nuevo parecieran ser los detonadores flagrantes de conductas consumistas, aparentemente desmedidas; generándose criticas hacia una sociedad centrada en las compras, so pretexto de una reactivación económica cíclica y permanente. La compra de bienes por encargo, obsequios, presentes u ofrendas se han instalado de forma tan contundente en nuestra sociedad que apartarlas de una temporada como la navidad equivaldría a una especie de “sacrilegio comercial”.

La navidad tiene como origen el recordatorio del nacimiento de Jesús, instalado formalmente por el papa Julio I, quien fijo en el siglo IV la solemnidad por la primera venida de Jesús, según la tradición cristiana Jesús recibió obsequios en su propia natividad, uno de aquellos regalos fue precisamente oro, el metal más preciado de todos tiempos, el activo refugio por excelencia, el oro sirvió pues no solo para – como se acostumbraba en la época –reconocer la excelencia que le correspondía a los reyes, sino que también habría servido para financiar la huida inminente de Jesús hacia Egipto, dadas las ambiciones de perpetuidad de un rey judío nada amigable.

En los evangelios existen dos menciones financieras clave tratadas por Jesús acerca del oro: Que debe ser invertido (Mateo 25, 14-30), y que también debe ser entregado a los que lo necesiten (Mateo 19,21); de hecho, Jesús (al momento de nacer) materializo dicha necesidad y fue un evidente beneficiario, receptor de oro.

Belén era el pueblo más pobre Israel, lo cual no fue un impedimento para que el rey llegara con oro su lado; quizás ese hecho sea el precursor de una idea mucho más grande, que aún nos falta comprender: Que no importa el ambiente o el lugar, todos nacemos ricos y atraemos sabiduría, el nacimiento de Jesús es la motivación idónea para brindar obsequios en la natividad de nuestros semejantes, sin importar la temporada y sin que nos tachen de “manirrotos comerciales”.

Estas dos lecciones bíblicas nos muestran que el oro y las posesiones sirven para dos cosas: ser reproducidas y para ayudar a nuestros semejantes, por ello el nacimiento de Jesús representa también una especie de masterclass financiera, la cual habría sido escondida en cuestiones tradicionales y costumbres que han dado más importancia a la magnificación del consumo.

Aun en situación de amenaza y en circunstancias de extrema pobreza, Jesús pudo sobrevivir a las mismas y convertirse en un próspero y sabio judío. Tal vez la misión original del oro, nunca fue convertirse en un activo refugio, sino en ser refugio de remembranza espiritual acerca de la primera lección que Jesús nos brindó al llegar a este mundo, de que nadie nace siendo pobre, y que siempre habrá sabios alrededor nuestro, recodándonos ello de forma perpetua.