Estamos en un mundo donde el poder de los datos es inmenso, y la seguridad de nuestra información debería ser prioritaria, Interbank, uno de los bancos más reconocidos del Perú, nos ha demostrado que la confianza es más frágil que una rama. La reciente exposición de datos personales de sus clientes plantea una pregunta inquietante: ¿dónde quedó la responsabilidad de proteger lo más sensible que un cliente deposita en un banco?
Imaginemos la situación: por años, millones de peruanos confiaron sus datos financieros, personales y privados a Interbank. Datos que, en un contexto de ciberseguridad, deberían estar resguardados con lo último en tecnología y protocolos. Sin embargo, parece que el banco falló en lo básico: cuidar a sus clientes. Esta situación no es un simple descuido; es un atentado a la confianza. Y lo peor es que estos datos no solo están ahí para que los ciberdelincuentes aprovechen, sino que también pueden llegar a ser utilizados para cometer fraudes, suplantaciones de identidad y otros delitos. La pesadilla de cualquier usuario por estos caóticos días.
Lo verdaderamente exasperante no es solo que haya ocurrido una vulneración de datos en sí, sino la forma en la que la institución ha respondido. ¿Un comunicado breve que expresa su “profundo pesar”? ¿La promesa de investigar el asunto? Esto es insuficiente. Hoy en día, con el incremento de ciberataques y el valor que la información personal tiene en el mercado negro, la tibieza en la reacción de Interbank deja un mal sabor. Las excusas ya no funcionan cuando el daño está hecho.
En este contexto, cabe preguntarse: ¿a quién le importa realmente la seguridad de nuestros datos? Para los usuarios, su información personal es invaluable, pero para las grandes instituciones financieras, ¿es solo un elemento en su hoja de balance? El episodio de Interbank revela la cruda realidad de cómo muchas corporaciones pueden ver la seguridad de sus clientes como un simple “costo” que intentan minimizar hasta que, claro, llega el desastre.
Y aquí estamos, con miles de clientes expuestos y vulnerables a ataques. Pero, ¿cuál es la reflexión final de todo esto? Que la seguridad de los datos en el mundo bancario no puede ser una política de “a medias”; o se tiene un compromiso firme o no se tiene nada. Los bancos deben comprender que, en un contexto de vulnerabilidades crecientes, la prioridad no puede ser solo maximizar utilidades, sino proteger a quienes les permiten ser lo que son: sus clientes. Porque sin esa confianza, sin esa seguridad, un banco no es más que un “localsillo” con un letrero.
Quizá sea hora de que los clientes no solo exijan respuestas, sino también transparencia y responsabilidad. Que cada usuario se pregunte si en el banco que confía su dinero también puede confiar sus datos. Porque hoy, más que nunca, la seguridad debe ser el corazón de cualquier relación financiera.